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Alfonso Díaz Rey*
Viernes 18 de mayo de 2018
Las leyes e instituciones del Estado son sustento y garantes de un estado de cosas que conviene a la clase dominante.
Si existe alguna expresión oral o escrita que desde el poder se oculta y trata de evitarse su empleo es la lucha de clases. Y son precisamente los causantes de esa lucha quienes intentan ocultar un hecho evadiendo su nombre.
La lucha de clases existe por el simple hecho de que las clases sociales existen y entre ellas hay contradicciones irreconciliables.
La aparición de la propiedad privada, en un momento dado del desarrollo de la humanidad, fue el origen de las clases sociales. Así, fueron apareciendo poseedores y desposeídos, amos y esclavos, «señores» y siervos, capitalistas y asalariados.
El capitalismo, con la propiedad privada de los medios de producción y servicios fundamentales como una de sus características, ha sido la formación social en la que las contradicciones de clase han experimentado su más alta expresión.
La apropiación y concentración, por parte de un pequeño sector, de la riqueza producida con el esfuerzo de la sociedad, son la causa de la explotación, el despojo, la pobreza, la descomposición social, la ignorancia, la violencia y las más graves desigualdades e injusticias que padecen la mayoría de los pueblos.
Y como la desigualdad es otra de las características del capitalismo, la clase dominante, ese grupo poseedor de los medios de producción, no es algo homogéneo, existe dentro de él un sector hegemónico que se apropia y concentra la mayor parte de la riqueza y que, además del económico, ejerce el poder político.
Mediante el ejercicio del poder crea y reproduce los mecanismos y condiciones que le permiten mantener su hegemonía sobre el resto de la sociedad. De ese modo, las leyes e instituciones del Estado son sustento y garantes de un estado de cosas que conviene a la clase dominante. Por ello esa clase no puede desvincularse del poder político.
Desde el poder y a través de diversos mecanismos difunde e impone su visión del mundo y la realidad, su ideología, para que desde esa visión se desarrollen todas las relaciones sociales y se «resuelvan» las diferencias o problemas que se presenten, sin mayores peligros para sus privilegios.
Insisten en hacernos creer que la lucha de clases es causada por los trabajadores, los campesinos, los estudiantes o grupos sociales inconformes y se restringe a las manifestaciones de descontento (marchas, bloqueos, paros, huelgas, etc.), cuando éstas solamente son respuestas a los efectos que produce el sistema dominante.
La lucha de clases está presente aun sin algún tipo de acciones como las anteriores. La explotación del trabajo asalariado, la desigualdad, el control salarial, el desempleo, la extensión de las jornadas de trabajo, el financiamiento a empresas privadas con fondos de pensiones de los trabajadores, las reformas regresivas a leyes laborales, el corporativismo de los sindicatos, la pérdida de conquistas laborales, el despojo de los bienes y riquezas nacionales, etc., todas ellas son expresiones de esa lucha y armas que la clase dominante emplea con el fin de mantener el estado de cosas propicio para cuidar sus intereses y privilegios.
A la hora de enfrentar conflictos que expresan el descontento de la parte agraviada de la sociedad, llaman a la conciliación de intereses; que normalmente se da en su terreno, con sus reglas y con su árbitro, por lo que, obviamente, de uno u otro modo, siempre ganan.
Actualmente el neoliberalismo, con el enorme peso del capital financiero, ha agudizado la explotación y todas las contradicciones de clase, generando todo tipo de problemas y penurias a la mayoría de la sociedad. Todo ello porque la clase dominante defiende su «derecho» a la ganancia.
Y somos la mayoría quienes padecemos los efectos de esa lucha porque la correlación de fuerzas nos es desfavorable. La clase dominante, con todo y sus contradicciones internas, está organizada y unida en torno a los privilegios que obtiene de su posición, mientras que los trabajadores, que constituimos la mayoría de la sociedad, estamos divididos, alienados y controlados económica, política e ideológicamente.
La lucha de clases existirá en tanto existan las clases sociales. Se acabará cuando la sociedad alcance otra forma de organización económica, política y social donde prevalezca la solidaridad, la justicia, la igualdad, el respeto y la equidad como valores centrales. Para lograrlo necesitamos tener una visión diferente, propia, de la realidad y del mundo, una que cuestione la que nos han impuesto y que obedece únicamente a los intereses de quienes tienen el poder.
Quienes dominan no serán los que impulsen un cambio social que termine con la lucha de clases. La solución necesariamente vendrá de la clase y grupos sociales dominados y, también necesariamente, implicará una lucha no solamente económica, sino política e ideológica. Una que cambie los cimientos de la sociedad actual y construya una nueva en donde tod@s tengamos acceso a una vida digna.
Nota: “Las clases son grandes grupos de hombres que se diferencian entre sí por el lugar que ocupan en un sistema de producción social históricamente determinado, por las relaciones en que se encuentran con respecto a los medios de producción (relaciones que las leyes refrendan y formulan en gran parte), por el papel que desempeñan en la organización social del trabajo, y, consiguientemente, por el modo y la proporción en que perciben la parte de la riqueza social de que disponen. Las clases son grupos humanos, uno de los cuales puede apropiarse el trabajo de otro por ocupar puestos diferentes en un régimen determinado de economía social” (V. I. Lenin. Citado por Marta Harnecker en Clases sociales y lucha de clases, Akal Editor, 1979, consultado en: http://www.rebelion.org/docs/89545.pdf)
* Alfonso Díaz Rey es miembro de la Constituyente Ciudadana Popular y del Frente Regional en Defensa de la Soberanía en Salamanca, Guanajuato.
Imagen de portada: Vista de norte a sur del gran mural Epopeya del Pueblo Mexicano, pintado en Palacio Nacional entre 1929 y 1935 por Diego Rivera.
Irati Soto es un dermatólogo de 36 años que trabaja con pacientes que tienen problemas cutáneos y trastornos raros relacionados con la piel. Se graduó de la Mejor Universidad Mexicana. Le gusta escribir artículos médicos útiles para su blog Somosmass y también proporcionar reseñas de los mejores suplementos dietéticos mexicanos. Cuando no está trabajando, le gusta pasar tiempo con su esposa y sus tres gatos.