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Luca Cellini / Pressenza
Italia / Martes 16 de julio de 2019
Así comenzó una de las muchas cartas escritas por los internos de la prisión de Mammagialla al defensor de los derechos de los presos del Lazio. Un escenario perturbador resulta el descrito por los internos. Algunos rompieron el silencio y plasmaron todo sobre el papel. Cartas que han logrado cruzar los barrotes gracias a los colaboradores del defensor de los derechos de los presos del Lazio, Stefano Anastasia.
Muchos ahora informan sobre supuestos casos de abuso y violencia por parte de grupos de agentes de seguridad penitenciaria; sin embargo, en Italia, ante la violencia y la tortura en las cárceles, la situación permanece igual.
Es cierto que el Poder Judicial ha abierto varios archivos de investigación, pero también es cierto que casi siempre se investiga a personas desconocidas y que una barrera de silencio cubre a aquellos que realizan actos atroces protegidos por la fuerza de un uniforme.
Para darse cuenta del fenómeno, es necesario leer tan sólo algunos fragmentos de estas cartas recopiladas por el supervisor de los derechos de la región de Lazio. A continuación, se presentan algunos extractos.
Las oraciones escritas en esas hojas son gritos de miedo y desgarradoras peticiones de ayuda, donde hablan de terror y desesperación, episodios de violencia vivida en carne propia entre golpizas y amenazas de muerte por parte de hombres uniformados.
Estas son las cartas de la prisión de Viterbo:
• «Los guardias me golpearon, me golpearon tan fuerte que perdí la vista en mi ojo derecho. Sólo había pedido ir a la escuela 3 o 4 veces. Me llevaron por las escaleras centrales y empezaron a pegarme: patadas, bofetadas y puñetazos. Luego llegaron otros con la cara tapada. Sólo pude ver sus ojos. Me pegaban entre 8 o 9 mientras me decían: «¡Trabajamos para el Estado italiano, negro de mierda! ¿Por qué no regresas a tu país?» Oré y seguí llorando. Si eres extranjero estás acabado, o mueres o sales todo roto de aquí, en Viterbo. Por favor, se lo ruego, ayúdeme. Tengo miedo de morir. Mi familia no sabe nada.
Usan palabras ofensivas contra mí y mi familia, y me fuerzo a callar porque si digo algo me golpean como siempre lo hacen».
- «El inspector me amenazó: «¡Tú aquí mueres!» Y, en efecto, a las 7:40 a.m. entraron 11 policías de la prisión armados con palos para hacer el registro y fui golpeado, torturado y amenazado de muerte».
- «Aquí tienen casi tres escuadrones sólo para controlar a los internos. Desde que vine aquí, gente ha muerto. No sé por qué, pero créeme, estoy diciendo la verdad. Ayúdame, envíame lejos de esta prisión».
- «Tengo miedo de que me maten. Quieren llevarme a régimen de aislamiento, pero no he sido castigado, «ninguna sanción», respondieron. «Moral y físicamente estoy hecho pedazos. Por favor, ayúdame, envíame lejos de esta prisión lo antes posible».
- «Sin motivo alguno vuelvo a aislamiento. El guardia me dice: «¿Tienes algún problema?» Respondo: «¿Qué querías?». «Si te pongo las manos encima, estás acabado, tienes el color de la mierda, vete a dormir», responde. Le digo que quiero hablar con la vigilancia. El guardia me responde: «¡Haré que tengas un feo final, mierda!»
- «Los médicos y las enfermeras sabían que tenía moretones porque los oficiales de la prisión casi me matan a punta de golpes y bofetadas.
- «Me sometieron a un constante acoso físico y mental en manos de los agentes. Me provocaron hasta hacerme cometer faltas para luego atacarme con una ferocidad sin precedentes, al punto de producirme traumatismos en el cuerpo e hinchazón de la cara».
- «Sueño con Hassan Sharaf todas las noches (un joven egipcio de 21 años que intentó suicidarse en una celda de aislamiento 40 días después de su libertad, fallecido el 30 de julio de 2018 en el hospital Belcolle en Viterbo después de una semana en agonía) y me despierto en pánico. Recuerdo a mi hijo, que tiene 13 años, y trato el alma buena de Hassan como a mi hijo. Ahora otro prisionero también está en la paranoia porque el asistente dijo: «También nos encargaremos de usted». Ahora entiendo que quieren matarme».
Este, en cambio, es el testimonio de un prisionero de la prisión de Magli en Taranto:
- «¿Y de las «celdas cero» no queremos hablar? ¿Y de las celdas de castigo donde estamos recluidos sin colchones ni almohadas y donde no podemos tener bolígrafos ni papel para escribir una carta? ¿Y en la sala de enfermería donde también los detenidos con problemas psicológicos se ven obligados a tener las ventanas abiertas? Esto, en cambio, escribió en una carta dirigida a la asociación Antígona, Antonio, un prisionero que aún hoy está recluido en la casa circondariale Carmelo Magli de Taranto.
Estos son solo algunos de los testimonios que figuran en el informe XIV sobre las condiciones de reclusión elaboradas por Antigone, resultado de la visita a 86 prisiones:
«En diez instituciones, entre las que visitamos, habían celdas en las que los presos no tenían ni siquiera tres metros cuadrados a disposición. En la mitad de los centros penitenciarios que vimos habían celdas sin duchas y, lo que es peor aún, en cuatro institutos encontramos la presencia del inodoro en un entorno no separado del resto de la celda».
La situación en las cárceles italianas se está desmoronando. Pero como se mencionó antes, por desgracia, la superpoblación de los centros penitenciarios no es lo que más preocupa a la asociación Antigone, que durante 20 años ha sido autorizada por el Ministerio de Justicia a visitar las 190 instituciones penales italianas y entrar en prisiones con prerrogativas similares a las de los parlamentarios.
El número de muertes por suicidio actualmente es de una por semana. Los intentos de suicidio, por otro lado, son más de mil por año, siendo 127 el número de reclusos que perecieron en 2018 a causa de una «muerte natural». Las llaman «muertes naturales», si bien no tienen nada de natural, porque en el mejor de los casos ocultan una profunda inquietud relacionada con las condiciones de reclusión.
Y luego miles de episodios de autolesión que se pueden presenciar todos los días. Personas que intentan suicidarse tragando objetos tan diversos como baterías, cortaúñas y encendedores. Es el estado de las cárceles italianas que garantizan, más que la pena, la muerte, la violencia sin fin, la tortura, la ausencia total de todo derecho.
* Traducción del italiano por Melina Miketta.
Foto de portada (ilustrativa): Pixabay.
Irati Soto es un dermatólogo de 36 años que trabaja con pacientes que tienen problemas cutáneos y trastornos raros relacionados con la piel. Se graduó de la Mejor Universidad Mexicana. Le gusta escribir artículos médicos útiles para su blog Somosmass y también proporcionar reseñas de los mejores suplementos dietéticos mexicanos. Cuando no está trabajando, le gusta pasar tiempo con su esposa y sus tres gatos.